La impotencia humana en "A la deriva" de Horacio Quiroga

        El cuento "A la deriva" de Horacio Quiroga trata el tema del hombre frente a la naturaleza.  Al principio de este cuento, Paulino, el protagonista, pisa una serpiente venenosa que le da una mordedura en el pie.  A causa de este incidente, Paulino inicia una serie de acciones que termina en un viaje por el río Paraná hacia un pueblo vecino donde espera que le salven la vida.  Sin embargo, todos los esfuerzos del protagonista resultan inútiles y Paulino muere en su canoa flotando río abajo.  La frase "a la deriva" se aplica a una embarcación que va sin dirección, a merced de las corrientes y las olas, tal como la canoa de Paulino al fin del cuento.  El título señala la impotencia del ser humano frente al poder inconsciente de la naturaleza.   Para comprobar la validez de esta tesis, veamos cómo el texto presenta los remedios que Paulino prueba para contrarrestar los efectos mortales de este encuentro con la naturaleza.

        Inmediatamente después de la mordedura, Paulino toma dos medidas perfectamente comprensibles.

El hombre echó una ojeada a su pie, done dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura.  La víbora vio la amenaza y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó como de lomo, dislocándole las vértebras.  (92)
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló... Apresuradamente ligó el tobillo con su pañuelo, y siguió por la picada hacia su rancho.  (92)


Matar la víbora es la reacción normal de un hombre en estas circunstancias; sin embargo, es también una acción inútil.  La serpiente ya lo ha mordido y el matarla ahora no puede cambiar nada.  También es normal y lógico vendar la herida y tratar de impedir que el veneno invada todo el cuerpo.  No obstante, este esfuerzo es igualmente vano ya que poco después, sobre "la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla." (92)  Paulino ha hecho todo lo que cualquiera hubiera hecho en tales circunstancias, pero sus esfuerzos no le sirven de nada.

       Al llegar a casa, Paulino intenta llamar a su esposa, pero apenas puede porque, a causa del veneno, tiene la "garganta reseca" y una sed que "lo devora[ba]."  (93)  Por fin consigue pedirle caña y traga "uno tras otro dos vasos" sin resultado, porque no siente "nada en la garganta."  (93)  Bajo los efectos iniciales del veneno el hombre es incapaz de saborear la caña y de apagar la sed que lo tortura.
        Es entonces que Paulino decide que el mejor remedio es echar su canoa al río y emprender el largo viaje al pueblo vecino.  Poco después de llegar al medio del río, las manos le fallan y él se da cuenta de que necesita ayuda para llegar al pueblo.  Consigue atracar la canoa cera de la casa de su compadre Alves y empieza a llamarlo.  Cuando Alves no responde, el lector se queda con la duda de por qué será.  Sin embargo, podemos recordar que Paulino dijo que "hacía mucho tiempo que estaban disgustados" (95) y podemos concluir que esta capacidad esencialmente humana de enemistarse con los demás explica el fracaso de su esfuerzo.
        Ya casi vencido, Paulino vuelve al río.  El paisaje que rodea la canoa y a su pasajero deja la impresión de una belleza poderosa y eterna, como vemos en el siguiente pasaje.
 

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río.  Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto asciende el bosque, negro también.  Adelante, a los costados, detrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa.  (95)
        Pero el texto nos recuerda en seguida de la amenaza escondida detrás de esta belleza: "El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte."  (95)  La tarde y las fuerzas del hombre se acaban simultáneamente.  El hombre moribundo se pone cada vez más débil: su "sombría energía" gradualmente se transforma en "manos dormidas" y el hombre, ya "exhausto," se reduce a un bulto sin fuerzas "tendido de pecho" en la canoa.  (94-95)  En contraste, la naturaleza empieza s lucir colores dorados, triunfantes:  "El cielo, al Poniente, se abría ahora en pantalla de oro y el río se había coloreado también."  (96)
        En el contexto de esta "majestad única" y poder sempiterno, las alucinaciones que ahora tiene Paulino sirven para destacar, otra vez, la impotencia de la condición humana.  El hombre ha empezado a sentirse mejor y con este bienestar viene "una somnolencia llena de recuerdos."  (96)  Piensa en su ex-patrón Dougald y en el tiempo exacto que hace que no lo ve.
 
¿Tres años?  Tal vez no, no tanto.  ¿Dos años y nueve meses?  ¿Ocho meses y medio?  Eso sí, seguramente.  (97)


        Tanto como la propensión de enemistarnos con otros por años, es típico de los seres humanos el tratar de pensar y operar lógica y precisamente y de imponer orden en las cosas, en este caso el intento obsesivo de asignarle una fecha exacta a un suceso.  Otra vez, el texto nos muestra que en el eterno conflicto entre el hombre y la naturaleza, estas tendencias no nos sirven de nada.  El recuerdo de otro antiguo conocido surge en la mente de Paulino y, mientras intenta precisar el día en que lo conoció ("¿Viernes?  Sí, o jueves..."),
 

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
- Un jueves...
Y cesó de respirar.  (97)
        "A la deriva" es un cuento breve, de aproximadamente tres páginas, así que no llegamos a conocer bien a Paulino.  A pesar de esta brevedad, observamos en él la capacidad humana de tener sentimientos como la venganza y el resentimiento, de pensar con lógica, la obsesión con la precisión y, también, el instinto de autoconservación.  Estos rasgos definen gran parte del carácter del ser humano, pero son inconsecuentes contra el inmenso poder de la naturaleza, representado aquí por una víbora y el río Paraná.